El Intendente de San Miguel, De La Torre escribió una columna de opinión para el diario Tiempo Argentino en la que deja claro su pensar político, su alineamiento con la políticas económicas del Gobierno Nacional sino también su firme convicción peronista, como lo demuestra día a día en administración de San Miguel.
La Nota
"Ni los bancos pueden gobernar la economía, ni está imperar sobre la política"
Publicado el 24 de Diciembre de 2011
En 1994, el por entonces secretario de la ONU, Boutros-Ghali, aseveró que la
proyección económica estaba llevando a un mundo con “ricos cada vez más ricos y
pobres cada vez más pobres”. Esta afirmación, en realidad, fue el reconocimiento
de un proceso en el que se habían sumergido los países occidentales desde
principios de la década de 1970 y que consistió en un desbocamiento cada vez
mayor de las finanzas respecto de la “economía real”, y de la productividad
respecto de la generación de puestos de trabajo.
Es evidente que el
predominio del mundo financiero fue la consecuencia de la ruptura de los EE UU
con el Tratado de Bretton Woods mediante el cual, luego de la conclusión de la
Segunda Guerra Mundial, se había obligado a que los dólares circulantes
respondieran a reservas reales en oro. En 1971, por consejo del prestigioso
economista Milton Friedman, el presidente Nixon liberaría la capacidad de
emisión monetaria de su país y, con ello, las limitaciones de las instituciones
financieras. Ahora bien, el crecimiento de este sector sobre sí mismo determinó
tanto una creciente autonomía como la concentración del capital en la parte más
volátil del mercado.
En lo que refiere a la productividad, en la misma década
el mundo asistió a la inauguración de la economía post industrial. Los adelantos
cada vez más radicales de la técnica y su aplicación al mundo de la producción
de escala trajeron como consecuencia la posibilidad de remplazar cada vez en
mayor medida el trabajo anteriormente realizado por el hombre. Este fenómeno
significó la capacidad de producir más sin tener que generar empleo, es decir,
un desequilibrio creciente entre los bienes ofrecidos y la capacidad de
demandarlos. Es así que el crecimiento económico dejó de ser sinónimo de
fortalecimiento del tejido social y que se reforzaron los problemas de la
desocupación y la pobreza (con todos los males que traen aparejados) en un mundo
cada vez más concentrado económicamente.
Las profundas brechas generadas por
un sistema económico librado a sus propias fuerzas nos llevan a preguntarnos,
una vez más, si realmente conviene confiar en que el mercado va a aportar las
soluciones a los problemas que, sin las regulaciones necesarias, él mismo
genera. Desde el crack de 1929, la historia parece asegurar lo contrario:
existen problemas estructurales que no pueden ser resueltos por ninguna “mano
invisible” y que, por el contrario, exigen decisiones de naturaleza
política.
Si la tendencia del ciclo económico lleva a la concentración del
capital en el sector financiero, y el mundo productivo, aun creciendo, no
necesariamente genera trabajo, el gobierno es quien debe utilizar las
herramientas propias de la política económica para conducir el proceso en orden
al crecimiento proporcional de los distintos sectores y al fomento del
crecimiento con inclusión. En este sentido, se debe evitar una tentación
fundamental en la que parece haber caído nuevamente la Unión Europea: ella es la
de abandonar problemas que, por su carácter general, deben ser resueltos desde
la política, en manos de técnicos con una mirada sesgada hacia lo meramente
económico. Sirvan como ejemplo las palabras del a la vez primer ministro y
ministro de Economía de Italia, Mario Monti, luego de haber formado un Gabinete
compuesto por una mayoría de tecnócratas a la que se agrega la presencia de un
banquero: “He llegado a la conclusión de que la ausencia de líderes políticos en
el gobierno hará más fácil la vida para el Ejecutivo, al eliminar motivos de
vergüenza.”
Repetidas veces ha padecido nuestra patria el abandono de las
funciones de gobierno en manos de técnicos, bajo la suposición de mayor
capacidad y, por qué no, de mayor honestidad. Tales suposiciones se han dado de
bruces con la realidad de ministros que representaban intereses directamente
contrarios al bien común y que, no pocas veces, funcionaron como jugadores
foráneos del destino nacional. Ni los bancos pueden gobernar a la economía, ni
esta puede imperar sobre la política. Y ello por una cuestión fundamental: la
economía se encuentra al servicio del hombre, no el hombre al servicio de la
economía.
Por otro lado, a la luz de los acontecimientos actuales, urge
aprender ciertas lecciones. Mucho tiene que ver con la crisis económica que está
viviendo Europa, y que probablemente también arrastre a los EE UU, el hecho de
que Alemania y Francia hayan forzado a países con estructuras económicas
absolutamente diversas a aceptar el corset de una moneda única, controlada desde
una institución supranacional. En este sentido, vale tener en cuenta las
palabras de Ralf Dahrendorf, quien en el año 2009 aseguraba que “(…) la crisis
afecta a todos, es decir, es mundial, pero tiene respuestas nacionales, y esas
respuestas contienen un nacionalismo económico”, y también vale celebrar que
nuestros gobernantes, en tiempos en que se discutía la posible dolarización de
nuestra economía, hayan privilegiado la soberanía monetaria de la
Argentina.
Del mismo modo, la otra cara de la crisis es el estancamiento de
las economías desarrolladas. Y el estancamiento, en las últimas décadas, tiene
un carácter cíclico precisamente porque constituye un problema estructural de
sobreproducción y subconsumo. Es por ello que hay que tomar nota de que los
problemas de la economía actual no se resuelven con los ajustes que usualmente
recomiendan las instituciones internacionales de crédito, sino con el
fortalecimiento de la demanda agregada. La Argentina ha comprendido muy bien
este punto luego de haber probado con amargas consecuencias las recetas del
neoliberalismo. El desafío actual es el reaseguro de esa demanda con más y mejor
trabajo, y su progresivo desvío de bienes efímeros a durables.
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