Maximo Luppino
El mundial de fútbol que se desarrolla en el hermano país de Brasil despierta una expectativa global reservada sólo para estos especiales eventos. La singularidad de este suceso es que muestra al planeta todo. La desigualdad social reinante se evidencia hoy en Brasil, pero el fenómeno es mundial como la contienda deportiva misma.
Unos pocos acumulan y acaparan demasiado, mientras muchos, trabajando agotadoramente, no llegan al sustento básico mínimo.
Las inversiones económicas realizadas por Brasil, para que el mundial de fútbol sea el éxito que todos esperamos, son millonarias; estas cifras suenan desmesuradas y profanas para los millones de brasileros que se encuentran privados de los bienes materiales más elementales.
Apreciamos hace unos días una protesta en la que centenares de naturales provenientes de la selva misma confrontaban con la policía en el seno de una moderna y pujante ciudad.
Fuerzas de seguridad sofisticadas, provista de caros equipos anti-motín, chocaban con habitantes de la frondosa amazona que llevaban arcos, flechas y lanzas, es difícil imaginar un episodio más dantesco que este. Es inevitable sentir profundo pesar por la desigualdad manifiesta.
La injusticia y desigualdad suelen ser la madre de los conflictos. El problema es mucho más profundo de lo que a simple vista se aprecia, ya que Brasil viene de mostrar buenas administraciones políticas. No obstante, la pobreza extrema aún permanece.
Es bueno disfrutar de esta contienda deportiva, pero también es necesario mantener viva la conciencia de todos los millones que sufren hambre y enfermedad cotidianamente.
La realidad de nuestro país no es diferente, choca dolorosamente la superflua vanidosa ostentación de Puerto Madero con las chozas humildes de los dignos Qom.
Estamos ligados al prójimo con invisibles e indisolubles lazos de espíritu en conciencia permanente. Podemos acercarnos a la felicidad real únicamente siendo solidarios y fraternales con los necesitados.
Cada vez que cantemos un gol de nuestro seleccionado y que la legítima euforia gane nuestro futbolero ánimo, guardemos un instante para desear fervientemente que los excluidos y menesterosos de Brasil y del mundo puedan emerger de esta situación. Que este deseo sea calmo, sostenido y sincero, seguro que con sana y comprometida intención gozaremos más de ver la pelota rodar.
Máximo Luppino
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