Por: Alfredo Sayus
En la época de la gran inmigración europea hacia la Argentina de finales del siglo XIX y principios del XX, se implementó por estas tierras una forma de contraer matrimonio que se denominó por “poder”. Aquellos hombres y mujeres migrantes o quienes habían quedado en los países europeos, le otorgaban un poder a algún familiar o amigo/a para que se casase en Argentina o allende al Atlántico, que representaba al novio o a la novia, ante la persona con la que pretendía contraer matrimonio.
Muchas veces, estas parejas de casamenteros sólo se conocían por fotografías que intercambiaban en la profusa correspondencia que circulaba entre ambos continentes. Parejas que, tal vez, se conocían de niños y al partir uno u otra hacía estos lares dejaron de verse por años y se enamoraban uno de la otra (o viceversa) por las fotografías actualizadas que se enviaban en las cartas.
Cómo no sabían cuándo podrían encontrarse definitivamente y el ardor de la pasión bullía en sus sangres, otorgaban ese poder de representatividad en el país donde se contraería matrimonio y así se casaban, para verse, tal vez, meses más tarde en esta patria que ofrecía nuevas esperanzas.
El famoso casamiento por “poder” de aquellos tiempos, también daba pie a las bromas de entonces, entre amigos y/o compañeros del o la contrayente, y era común que se escuchara decir que se había casado por no poder. Ante la clásica pregunta de algún desprevenido: “¿Cómo por no poder?”, la respuesta era: “¡Claro! ¡por no poder escapar!”.
Imaginación popular aparte, ese poder de representación que uno o una le daban a su persona de confianza, servía para concretar uno de los actos más antiguos y, tal vez, más sacralizado de todos los tiempos que, como se dijo, es el casamiento. La confianza en ese “poder” era sumamente importante, porque de ser sólo quien lo o la representara en el Registro Civil para el acto formal de contraer matrimonio, a convertirse en posible amante, había un solo paso que, suponemos, en la mayoría de los casos no se dio, pero en otros sí.
Este, como otros tipos de poder de representatividad que una persona muchas veces otorga a otra (para cobrar haberes, para realizar trámites, para concretar operaciones financieras de otra índole, etc.) es de suma confianza o, por lo menos, así debiera ser. Y es el mismo poder que los ciudadanos de una nación le otorgan a quienes los representarán en el gobierno, como establece la Constitución Nacional.
Esa confianza, igual que la del representante del o la inmigrante casamentero/a, queda vulnerada cuando el amigo/a terminó siendo amante del contrayente en lugar de simple “gestor” del acto cívico que incluye el matrimonio. Lo mismo ocurre cuando nuestros representantes en los poderes Ejecutivo o Legislativo traicionan sus ideales en pos de cuestiones personales, en lugar de garantizar el bien común para el que fueron designados con el poder que les otorga el pueblo con su voto.
La delgada línea entre el poder que otorga la representatividad y “yo tengo el poder” (estilo dibujito Heman y con el que muchos, tal vez demasiados, sueñan) es tan finita que para varios se torna imposible mantener el equilibrio y no caer del lado del “poder absoluto” o el “poder de intereses” para beneficio personal. Y es aquí donde quienes votamos debemos estar atentos y analizar detenidamente quiénes son los hombres y las mujeres que pretenden representarnos en los ámbitos gubernamentales, de lo contrario habremos sido víctimas de la triste broma a los casamenteros de antaño: los votamos por “no poder” escapar al engaño.
Claro que en este caso es mucho más grave porque no se trata de un simple chiste, sino de los riesgos que corre la comunidad en su conjunto ante desaprensivos sujetos que priorizan el bien personal por sobre el bien común para el cual se los designó como representantes.
Es sabido que el poder seduce. En el ámbito que sea y en la cuota que sea. Puede ser un poder máximo o un pequeño poder local, incluso, micro local, que nos coloca frente a otros con una representatividad que mal entendemos “superior”. La Historia se forjó por la puja de poder (económico, político, cultural, etc.) porque tal vez nunca se entendió que la posibilidad de poder es la posibilidad de generar el bien común, pero además, que la representatividad en el poder es la misma que la de aquellos casamientos pretéritos: por un rato, por un tiempo determinado, acotado a un hecho histórico determinado o, en contados casos, a la corta vida de quien detenta el poder.
Presiento que el día que comprendamos que el poder no es para convertirnos en “amantes” sino para representar dignamente al otro, las cosas van a ir mejor. Nos falta mucho que aprender, claro.
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