Por Alfredo Sayus
Las redes sirven para atrapar. Cuando la red del arco de fútbol se conmociona es porque atrapó una pelota, para beneplácito del equipo que pateó esa pelota y para agobio del equipo que recibió la pelota en la red.
Las redes existen desde tiempos inmemoriales. Los pescadores las usaban para frenar el avance de cardúmenes, asegurarse la comida, la venta, la supervivencia. Los salteadores de caminos de siglos pretéritos para acorralar a sus víctimas y dejarlas desnudas. La red fue un implemento útil para innumerables actividades, incluida la decoración.
El ornitólogo atrapa pájaros con una red; el entomólogo, insectos; el herpetólogo, reptiles, etc, etc. Pero también el mundo virtual del internet creó redes llamadas “sociales”. Ya estas redes existían en la humanidad desde hace largo tiempo. Las redes sociales se crearon en los barrios en épocas de carencias y con su trabajo lograron asfaltos, luz, agua corriente, cloacas, escuelas, capillas, comedores comunitarios, sociedades de fomento. Instituciones solidarias que hacían crecer la ciudad.
Cuando las redes sociales pasaron a ser virtuales, el ciberespacio se inundó de cuestiones personales de todo tipo. Desde qué medias me pongo para ir a bailar esta noche, hasta temas de más hondura que tienen que ver con la cuestión familiar, tal vez buscando contención en una pantalla de computadora porque en la familia no está.
Todo se viralizó con las nuevas redes que no son de soga, ni de nylon, ni de encuentros vecinales. Así surgieron amigos virtuales, parejas virtuales, sujetos nuevos que trasladaron otras redes detestables de la sociedad a la pantalla: redes de pedófilos virtuales, redes de pornógrafos virtuales, redes de espionaje, que en el mundo virtual se denomina “hacker”, redes donde se desnuda la vida de cada uno de nosotros hasta en los detalles más nimios.
Así, el mundo conoce nuestros gustos, nuestros estados de ánimo, nuestros logros y nuestras miserias. ¡El Truman show está en nuestras pantallas de computadora! y nosotros mismos nos convertimos en Truman por propia voluntad. Queremos ser estrellas de un mundo virtual que sólo se ve, pero cuyo registro se pierde entre los millones de “estrellas” mundiales que ahora se muestran en cuerpo y alma por la red.
No todo es inservible. Muchas propuestas de la red mejoran nuestro conocimiento, nos brindan información valedera, pero veloz, con la que no se piensa, ni se analiza, ni se debate, ni se reflexiona porque detrás de la información ya hay otra y otra y otra (algo de esto comente en el artículo “Velocidad” del 31 de marzo pasado en este mismo medio: La red).
Tanta información se diluye, pasa desapercibida y aunque millones lean esto mañana, en 5 minutos estarán leyendo otra cosa completamente distinta y en otros cinco minutos otra más, distinta a los dos anteriores.
Las redes atrapan. No es extraño escuchar a muchas madres decir “mi hijo se la pasa pegado a la computadora” o “no deja el celular ni para ir al baño”. Las redes atrapan. Pero bien usadas sirven para comunicarse, encontrarse, conocer, aportar, servir al prójimo, adoctrinar, convencer, crecer. De todos modos, por el lógico peso de la cronología, me sigo quedando con la red social del barrio, la de la cuadra, la de los vecinos que nos conocíamos y compartíamos momentos reales, apretones de manos, abrazos, arreglos de veredas, podas de árboles y luego el asado, jugar en la calle, ponerse colorado ante el primer amor adolescente y no mostrar nuestra mejor foto de dandy por una pantalla de computadora para enamorar.
Pero en estos tiempos las cosas son así. La tecnología lo impone y las nuevas generaciones adquieren esta nueva forma de red que los interconecta y de la que se sirven para sus propósitos. Salgamos a caminar por los caminos maravillosos de nuestras Tablet, apreciando especies arbóreas con toda la data que nos brinda el google e imaginando el perfume de flores exóticas y coloridas que vemos en alta definición por los 200 pixeles de nuestro ordenador.
El futuro nos fagocita. Pero mientras salgamos a la calle real con nuestra pantalla virtual bajo el brazo, estaremos salvados. Después de todo, Roberto Carlos siempre quiso tener un millón de amigos y nosotros con las nuevas formas de las redes sociales tenemos diez millones. Entonces ¿de qué nos quejamos?
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