Por Alfredo Sayus
En tiempos pretéritos, o no tan pretéritos (que no significa pluscuanperfecto) una noticia era tema de conversación de la opinión pública por varios días. El hecho se desmenuzaba en detalle y en detalles. Se hacían conjeturas, se elaboraban hipótesis, se cotejaban datos, se arribaba a conclusiones y hasta se aportaba alguna que otra solución.
Los tiempos cambiaron. Hoy, una noticia dura en las mentes humanas unos 30 minutos, aproximadamente o, en el mejor de los casos, si se trata de un episodio resonante como la muerte de Nisman, por dar un ejemplo, unos días más. Pero siempre permeado por otras noticias que van en paralelo y que distraen al público.
Esta semana ya se habló del paro en protesta por el impuesto a las ganancias, del fin de semana largo y las reservas en lugares turísticos para vacacionar cuatro días, de la importancia y el período de recogimiento que significa la Semana Santa y las Pascuas, de la Guerra de Malvinas, su recuerdo histórico y el también histórico reclamo de los veteranos de guerra, de lo que cuesta el kilo de merluza, de la última pelea de Wanda Nara con su ex marido por la tenencia de sus hijos y todo en un bloque de noticias de 50 minutos.
La variedad en la información es importante, pero cuidado, la acumulación de información de real interés con la de superficialidad manifiesta produce una desconexión que sirve a quienes pretenden que pensemos cada vez menos y nos idioticemos día a día un poco más.
En estos tiempos de inmediatez, el procesamiento de datos es inminente. La “licuadora mental” desmenuza como puede la información que llega en cantidades de imposible absorción en aquellos tiempos pretéritos mencionados más arriba, y con todo forma una opinión, o varias, o ninguna y esta pasa como por un colador al que se le rompieron los agujeros y ya no cuela, no selecciona. Todo da lo mismo y es lo mismo.
Ahora, en pleno siglo XXI, en que podemos comunicarnos con varias personas a la vez con un simple complemento tecnológico de mano y recibir respuestas en segundos, da lo mismo la muerte de un fiscal, que el Intendente se pelee con un futuro miembro de la Suprema Corte de Justicia, que un fulano sea candidato a gobernador, o que la gente disfrute de una jornada tórrida en pleno otoño sin entender porqué el clima está como está.
La apuesta tecnológica de estos días es válida en tanto y en cuanto mejore la calidad de vida de la población. Pero ¿la mejora? ¿o sólo es una vía hacia el consumo masivo y compulsivo, donde es menester comprar, comprar y comprar sin discernir si lo que compramos nos es de utilidad o no?
La velocidad era interesante en las épocas en que lo más veloz era el auto de fórmula uno de Fangio “el demonio de las pistas” o en los tiempos en que soñábamos ser campeones con Reutemann. Luego todo devino en velocidad casera, al alcance de cualquier bolsillo y de todas las manos. No es malo, en tanto y en cuanto sepamos “manejar” esa velocidad y ponerla al servicio del crecimiento, pero no es buena si sólo sirve para saber que se produjo un choque múltiple en la autopista o que un avión con sus pasajeros se estrelló contra los Alpes, que el paro del transporte público no me permitió ir a trabajar o que los huevos de Pascua aumentaron en vísperas de la Semana Santa y que todo dé igual.
La dominación comienza por el consumismo y los productos del consumismo los fabrican los países poderosos. Es importante que todos tengamos heladera, termotanque, microondas y lavarropa, también celulares, computadoras y televisor (o algo más sofisticado cuyo nombre ahora no recuerdo) pero en su medida y armoniosamente, como solía decir un gran estadista argentino. De lo contrario, la velocidad nos va a pasar por arriba.
Tweet |
0 comentarios:
Publicar un comentario