Hace un mes en Frejus (Francia) murió Fernando Córdoba camino a Roma en el viaje de su vida después de años de enseñar a centenares de alumnos la historia occidental en las aulas de colegios. Su pasión por la enseñanza o más vale por la formación de los niños y jóvenes nació como entrenador de rugby en el Club Regatas de Bella Vista, aunque toma conciencia de su vocación a los 30 años, estudiando magisterio en la Escuela Nº 112 “Faustino Sarmiento” de San Miguel, juntando así la vocación con la profesión, pocas semanas más tarde se convierte en el maestro de grado “varón” de la zona. Tuvo sus primeras horas de clases en el Parroquial de San Miguel, en los Santos Padres de Bella Vista recalando finalmente en el Colegio Don Jaime y de la Providencia.
En febrero del 1987 intentó que su primer destino de maestro fuera en la Patagonia como Luis Sandrini en su célebre película “El Profesor Patagónico”, de hecho hizo un viaje especial al sur también él en Tren, pero no tuvo tiempo de “retomar” “El Tren Zapalero” porque el director del colegio Don Jaime, Juan Carlos Montiel cooptó a su ex- alumno para siempre. Un mes más tarde comenzó su carrera docente en 6 º y 7º grado, años después compartió las clases con la vice dirección del colegio hasta el 2003 cuando el tradicional Don Jaime cierra sus puertas.
Fueron tiempos que no dejó de inflamar corazones de niños que aparecían todos los años en su aula a veces muy seguros, otras veces algo perdidos. Siempre le encontraba un lugar o la palabra para a cada uno, ya sea en la bandera, en la fila, con una palabra de aliento, en una conversación profunda o en puesto de “privilegio” en alguna de sus obras de teatro, de alguna forma se las ingeniaba para hacerlo sentir protagonista al chico. Algo muy normal en él, algo que le salía natural. Los modos de Fernando me hace recordar lo que pensaba el Padre Castellani, que dice algo como esto; “Que los malos sean buenos y que los buenos sean divertidos”.
Su andar cansino por las aulas de esos años de pasión y su fuerte vocación de formador de niños argentinos se trasladan luego al Colegio de la Providencia. Las aulas pronto le quedaron chicas para su creatividad e imaginación, así extendió sus clases en el teatro como complemento de la formación de los niños y adolescentes.
El “Gordo” Córdoba era un enamorado de los clásicos tanto en sus clases como después en el teatro donde contaba las historias de los grandes personajes, héroes que entremezclaba con la vida real de los chicos, y en las actuaciones teatrales. En función de esto paso a escribir obras para chicos entre las que se recuerdan; El Señor Pascuil, Los Caminos de Percifield, El Árbol, El Escritor, Sin Notas, La muerte de Lord Pickman, Baldomero. Algunas de ellas premiadas y siempre festejadas por el numeroso público que se volcaba para ver sus presentaciones originales, nuevas pero al mismo al viejo estilo, el clásico donde los buenos eran buenos y los malos, malos.
El “Señor” Córdoba al compás de sus clases fue convocado en las distintas gestiones municipales a colaborar con la dirección de Cultura, fue así que co-fundó el teatro “Leopoldo Marechal” y fue su director. Más tarde fue subsecretario de Cultura de la Municipalidad de San Miguel donde le dio un dinamismo jamás conocido en los pagos del noroeste del conurbano. Trajo con su colaborador Diego Moreno, la Filarmónica Nacional, abrió 18 centros culturales barriales, creo con otro colaborador y ex jugador de las infantiles Gonzalo Arguimbau el teatro móvil, con el objetivo de llegar a los barrios. Impulsó la primera orquesta de cuerdas integrada por chicos y jóvenes de los barrios periféricos. Creador y Director de la revista “Agenda San Miguel”, de la Revista Centenario del Club Regatas de Bella Vista y de la revista educativa “Gurí”. Fue co-fundador de “El Galpón” Centro Cultural de la ciudad de Bella Vista.
Aunque todos estos logros son solo una parte de su vida que fue muy intensa, a la par de su vocación después de una reconversión a su fe católica se casó con la vecina del “barrio” a 15 cuadras de su casa, Cecilia Victory con quien tuvo 9 hijos, Santiago, Guadalupe, Marcos, Lucía, Inés, Magdalena, Javier, Agustín y Trinidad. El entierro fue una muestra de los 63 años de vida feliz y contagiante, lleno de compañeros de trabajo, de familiares, de conocidos, de alumnos, de ex- alumnos, de compañeros de colegio, de amigos y de íntimos amigos como Frankie Pasman, Arturo Gianullo, Lali Latorre y otros que llevaron sus restos en su último descanso.
La multitud que lo despidió lo extrañará mucho, aunque estará seguramente vivo en los recuerdos de cada uno de los presentes y de aquellos que no pudieron acercarse para el último adiós. En las próximas semanas, meses, años o tal vez en dos generaciones (sus últimos alumnos tienen 12 años) la gente no dejará de hablar de sus anécdotas, de su fabulas, de su simpatía en cada reunión de amigos. Su muerte camino a Roma dejará a sus queridos un misterio más como para seguir participando de su andar por la vida, por qué Dios lo llamó antes de reencontrarse con sus “amigos de la historia” y de las historias a que a todos hizo participar.
Como dijo el Padre Gustavo Manrique en su homilía; “Fernando le gustaba estar con sus amigos los hombres, recordando una frase del libro de la Sabiduría”
El autor desea no ser mencionado, como una ofrenda amorosa más de amistad hacia FERNANDO.
T.H.
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