Desde tiempos inmemoriales, el hombre recurre a la divinidad en pedido de aquello que mucho necesita, que considera angustiante, lo que aqueja su ALMA. Salud para sus seres queridos, luz de discernimiento para elegir lo adecuado y el PAN, fruto del trabajo fecundo. El PAN que dignifica los hogares, el PAN que los poderosos parecen negar en el repugnante afán de hacerse más ricos.
¡DIOS los perdone!
La histórica procesión del 7 de agosto al venerado santuario del SANTO DEL TRABAJO fue especialmente singular. La multitud se agolpó en contundente súplica, en clamor de masas, en petición humilde y rebelde a la vez: ¡Queremos TRABAJO! …
Las calles de Buenos Aires se vieron pobladas de rostros cargados de FE, de miradas que buscan una salida, una solución. Que desean la modesta y sublime tranquilidad de poder TRABAJAR. Sentimientos encontrados inundan nuestros corazones. Por un lado, nos llena de alegría ver tan importante multitud invocar por la divina acción celestial. En otro aspecto, es demasiado triste apreciar que el pueblo pide labor en un país donde está TODO POR HACERSE, y en que los gobernantes parecen “mirar para otro lado”.
Las expectativas populares están puestas en la amorosa divinidad de San Cayetano, más que en la eficiencia de los funcionarios gubernamentales que están ocupados beneficiando el desarrollo económico de las multinacionales que no detienen su profana avaricia financiera.
Lágrimas de dolor rodaron por el frio adoquinado de Bueno Aires, lágrimas de impotencia por la incertidumbre del mañana, por el trabajo que no llega o el empleo que peligra. Las oraciones devotas golpean las puertas del cielo, las súplicas conmueven el duro mármol de los altares donde las imágenes de los santos parecen estremecerse ante la fuerza devocional de los humildes.
¿De dónde proviene tanta indiferencia para con los necesitados? ¿Qué dios oscuro y metálico veneran los ricos y poderosos? ¿Cómo encuentran el sueño reparador luego de dejar tantos hermanos en condición de calle?
Ser creyente implica visualizar la solución de los problemas, sin que aflore violencia alguna. Las energías de las oraciones enviadas a DIOS son mucho más poderosas que un millón de fusiles.
En el corazón de la multitud peregrina subyacen los sueños de igualdad y justicia que tantas veces manifiesta nuestro Santo Padre FRANCISCO, quien se solidariza con la doliente humanidad que clama por sus derechos inalienables.
Recordemos siempre que el menesteroso y sufriente es nuestro hermano, que el mendigo y enfermo son aspectos de nuestro propio SER a los cuales debemos socorrer; es la misión de los hombres y mujeres de FE, que ven a DIOS en los ojos de sus semejantes.
Inmenso orgullo sentimos por nuestro pueblo que camina en busca de la LUZ, que cree en el TATA DIOS y en el BIEN FINAL. Mientras, la lucha pacífica continua por esos derechos inmaculados de querer lo mejor para cada familia que habita nuestro sagrado suelo ARGENTINO.
¡Qué DIOS escuche nuestras oraciones!
Máximo Luppino
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