Sin una economía pujante y equilibrada que genere bienestar en la población, un país es endeble y dependiente. No sólo de los países desarrollados y poderosos, sino que depende dramáticamente del inestable humor social, producto de la desocupación y la pobreza creciente. Ciudadanos que, con justa razón, culpan a la clase dirigente que conduce a la sociedad a una bancarrota crónica mientras la comunidad siempre trabajó y aportó múltiples sacrificios cotidianos para que la Nación prosperara junto a las lógicas aspiraciones familiares de sus habitantes.
Argentina tiene una deuda inconmensurable de millones de dólares, reconocida como “impagable” a mediano plazo por el mismísimo FMI. Debemos miles de millones y la toma de esa deuda no significó ninguna mejora para la Nación. Hemos financiado a los que robaban y saqueaban nuestro país amparados en la hipócrita y apátrida actitud del gobierno de Mauricio Macri. Contrajo deuda, Macri, para que se fugue impunemente el capital de la República mientras aumentaban tarifas, crecía el desempleo y las pequeñas y medianas empresas nacionales cerraban de a decenas diariamente.
Muchos empleados sienten que trabajan para que “cuatro vivos”, mejor dicho, corruptos indecentes se enriquezcan con el esfuerzo de todo un país, mientras los trabajadores, cumpliendo días enteros de labor, no pueden hacer frente ni a los gastos de alimentos mensuales de su grupo familiar. Ni hablar de adquirir una casa o departamento, comprar un terreno y edificar. Sin casa propia, con alquileres que consumen una gran parte del sueldo, les quedan migajas para apenas subsistir con oscuras penurias. La industria automotriz está parada. Es más fácil tomar sopa con escarbadientes que vender un 0km. Esto equivale a que en algún momento no lejano la olla a presión del sentir popular explotará con reclamos lógicos de pretender una vida normal con sanas aspiraciones.
Las devaluaciones constantes de nuestra unidad monetaria produjeron que los pocos que pueden ahorran algo se refugiaran en el dólar, más allá de los que desde siempre pensaron en otros países como su patria, descorazonados crónicos de criterios carentes de argentinidad. Ellos sólo ponderan lo “de afuera”, ven el verde billete como su moneda. Fue la realidad de casi todos los funcionarios de nivel nacional del gobierno de Cambiemos que guardaron sus fortunas en el exterior en dólares. Los “zorros cuidaban el gallinero”. Cada devaluación del peso potenciaba su fortuna personal. El patriotismo de estos funcionarios brillaba por su ausencia.
No es la realidad de las grandes masas populares que muy pocas veces, o nunca, tuvieron dólares en sus manos, ni les interesa tenerlos. Sólo desean poseer dignidad de empleo y capacidad de elevación social dentro de nuestra amada Argentina.
La Argentina profunda con su cultura de trabajo y esfuerzo fue, una vez más, pisoteada por los entreguistas de la Nación, los que desde el puerto miraron siempre hacia afuera, sin querer ver el espíritu sublime de nuestra patria que se encuentra dentro de los pueblos del interior.
Hay esperanza en el gobierno de Alberto Fernández, pero el margen de tolerancia social es demasiado estrecho. No existe espacio para errores, ni tiempo que perder en quimeras de “revolucionarios de café”. ¡Hay que hacer crecer al país!
El problema económico denota falencias humanas. Todo problema comunal se origina en la corrupción de las personas, ignorancia o torpezas en el mejor de los casos. Si el país produce riquezas, el Peso argentino será una divisa respetada y así la recuperación nacional comenzará a transitar días luminosos de prosperidad.
La causa reside en los valores culturales. Si amamos nuestra Nación nos encontraremos prontos a empeñar más esfuerzo y compromiso para que nuestra República brille en la constelación de naciones poderosas del planeta. La historia nos señala que nos aguardan días de espanto o de prosperidad. La elección de estos destinos contrapuestos esta en cada voluntad de los habitantes del país.
El pueblo humilde y sencillo realizó todos los deberes solicitados. La pelota pica temblorosa y esquiva en la casi fracasada clase dirigente, que debe abandonar la estupidez de sombrías batallas personales para librar la batalla épica de forjar una Argentina floreciente.
¿Qué Argentina deseas para tus hijos? ¿Para cuál realidad vas a trabajar? El esfuerzo de todos es sumamente necesario.
Máximo Luppino
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