Históricamente hablando los momentos de cierre de lista de candidatos están coronados por incontables valles y cumbres emocionales. Alegrías, reconocimientos, decepciones y zancadillas son moneda corriente en las crispantes y pesadas horas que circundan la firma de la codiciada planilla electoral.
Grandes militantes obtienen el tan merecido reconocimiento por parte de su propia conducción política al cual pertenecen. Otros muchos potenciales aspirantes marchan a los áridos parajes de la decepción rumiando preguntas sin respuestas.
La dignidad idealista suele dar paso a la infame mezquindad y el montuoso “yo” pisotea la bonanza propia y la ambición personal mancha la luminosa aura divina de las personas. El “llegar” es principio y fin de una carrera que siempre conduce a un abismo espiritual, donde sólo aprendemos “lo que no debemos hacer”...
El fin jamás justifica los medios. En la vida, los medios son en sí mismos parte ineludible del denominado “fin”. No se puede ayudar a la comunidad transitando senderos de engaño y mentira.
Deberíamos recordar siempre la sabiduría del Papa Francisco cuando manifestó: “¡El verdadero poder es el servicio!”. Trabajando para el BIEN del prójimo gestamos felicidad propia y comunal no somos entidades separadas en un universo díscolo. En realidad estamos íntimamente relacionados. La creación obedece a un patrón de leyes sustentadas en el AMOR DIVINO, al punto tal que la frontera del “yo” se licua en el TODO ETERNO.
Mientras la luz de la verdad se manifiesta gradualmente, los hombres parecemos avanzar con ensangrentada lanza en mano pisoteándonos entre nosotros en cruel competencia bélica por modestas transitorias baratijas.
Todo lo que pensamos y realizamos genera una energía que eventualmente retornará indefectiblemente a nosotros. Es aquello que nuestros abuelos decían: “Siembra vientos, recogerás tempestades”.
La democracia se alimenta de los valores del conjunto, no de caprichos individuales. El sufragio libre es una parte del sistema republicano, el cual es perfecto en su concepción, pero que la ambición humana ha corrompido en una medida. Hay que mejorar la ética ciudadana, entonces las naciones serán más justas por imperio de la conciencia despierta.
La campaña electoral se instalará muy pronto entre nosotros y se bombardeará a los electores con millones de frases y promesas en su mayoría no exactas y un tanto falaces. Pero sólo viviendo en democrática pluralidad aprenderemos a discernir lo real de lo mendaz. Hay que practicar una conducta honesta.
Nuestra solidaridad para con los ciudadanos que mereciéndolo no fueron elegidos para representar los ideales de su partido, a aquellos que trabajando por el bien común fueron desplazados por la “rosca infame”, por la mentira y la difamación. Los sinvergüenzas se creen con derecho a ser “dueños” del destino colectivo. Esto es un error que se paga con mucho dolor de los usurpadores del bienestar grupal.
Todo mejorará elección tras elección. La verdadera vocación política se hará cada vez más presente, entonces los candidatos serán más dignos del lugar público que pretenden representar.
La política se perfecciona con más política y compromiso barrial ciudadano.
Máximo Luppino
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