La inflación en Argentina viaja en Ferrari, mientras el salario de los trabajadores se traslada en un viejo carro tirado por taciturnos bueyes.
Las góndolas de los comercios se tornaron en implementos de tortura, ya que basta verlas para sufrir indeciblemente al ver lo que la familia necesita y no se llega a comprar, por más horas extras que se trabajen.
Nuestra inflación es tan monstruosa que junto al bolsillo de la gente devora las esperanzas de un futuro mejor. Desgasta en ánimo familiar al no poder adquirir los productos más elementales para vivir dignamente. Cada día se trabaja más, pero adquirimos mucho menos por más paritarias exitosas que se anuncien. Claro que las paritarias son una gran herramienta de lucha contra el desfasaje económico, pero con estos índices de suba de precios resultan insuficientes, por más bonos compensatorios que se le sumen.
Los economistas más galardonados de las más encumbradas universidades del globo quedan derrotados y de rodillas ante la avalancha de números que se suman a los alimentos básicos. La política hace agua, y los “precios cuidados” ofician como un analgésico vencido ante un cáncer terminal.
Alberto Fernández le “declaró la guerra” a la inflación. Ese fue el primer y último parte de guerra. Fue tal el bombardeo nuclear inflacionario que ni tinta para escribir comunicados dejaron. Todo parece estar a punto de sucumbir.
Pasan los gobiernos y la inflación permanece creciendo hasta horizontes desconcertantes. Es verdad que salimos de una terrible pandemia en la que Argentina no escatimó recursos económicos para que toda la población se encuentre bien protegida y debidamente atendida. Además, ya habíamos acumulado un gran índice inflacionario del gobierno de Mauricio Macri, más la horrorosa guerra de Rusia y Ucrania que afectó la energía mundial y pone en alerta a todo el planeta.
Sergio Massa avanzó con algunos importantes éxitos financieros, pero la inflación no cede y lo peor de todo es que no vemos señales de mejora. Diríamos todo lo contrario, la mercadería aumenta prometiendo subas más elevadas aún para los días venideros.
Algunos sostienen que a la inflación reinante que emana del pasado se le suma un “golpe de mercado”, es decir que muchas subas son provocadas por poderosos grupos económicos. De ser así hay que limitar, con el uso de la ley vigente, cualquier maniobra desestabilizante que pueda existir. El gobierno posee las herramientas y hay que usarlas con la decisión y el tacto que las circunstancias requieren.
Pero recordemos, por “generación espontánea”, los precios no van a bajar. Recordemos que Mauricio afirmó que dominar la inflación “era cosa de días”. La realidad fue que trepaban los precios mes a mes. El gobierno actual tampoco hasta la fecha acertó con la medicina adecuada para este terrible mal social.
Tal es el hambre que existe y peor aún, el que se insinúa por llegar, que la gente “pierde” interés por los temas más delicados, y es lógico que así suceda, ya que el dolor de ver niños y abuelos padecer necesidades es un dolor terrible que subleva al pueblo.
Si Alberto, Cristina o Massa poseen una medida drástica, una “Bala de Plata” es hora de usarla, antes que la pólvora se humedezca completamente. Un par de meses más y no existirá oportunidad alguna de reanimar al enfermo. Sería muy tarde para resucitar a una economía ya anémica.
El próximo 17 de octubre sería una fecha adecuada para implementar las medidas que el pueblo requiere a gritos. Sí, en el Día de la Lealtad Peronista es bueno que los gobernantes exhiban lealtad concreta al pueblo y tomen medidas concretas contra la inflación que carcome la República toda.
¡La lealtad es una avenida de doble mano!
Máximo Luppino
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